Una historia de amor
Esta semana, para que ustedes descansen de tanta discusión política, tanta violencia en Kiev y tanto fútbol, me apetece contarles una historia de amor. Es real. O casi. Se da en un pueblo muy cercano al nuestro. No quiero decir sus nombres porque ellos, los protagonistas, me han dicho que no, que por favor no los cite porque no quieren tener más problemas de los que ya tienen. Por eso a él lo llamaré Antonio y a ella María, que son nombres ficticios.
Bueno, pues resulta que Antonio y María fueron novios cuando eran adolescentes, allá por los años cincuenta del siglo pasado. Años duros de postguerra. Se querían mucho, pero mire usted por donde sus respectivas familias eran enemigas. Se aborrecían por un problema de lindes en unos terrenos rústicos que tenían. Como unos capuletos y unos montescos cualquiera. Tanto se odiaban que a los jóvenes amantes les hacían la vida imposible. Por eso Antonio y María se tenían que ver a escondidas. Intentaron por todos los medios que el odio no triunfara sobre el amor, pero fue imposible. Él decidió entonces irse del pueblo. Emigró a Francia o un sitio de esos en los que daban trabajo a los andaluces que desertaban del arado. Allí se casó y tuvo una prole de hijos. María, por su parte, también se casó en el pueblo con un buen hombre y tuvo otra prole de hijos. Pasó el tiempo. Casi cuarenta años. Él se quedó viudo y regresó al pueblo porque quería que la ancianidad le encontrara en el lugar en el que había nacido. Ella también se quedó viuda. Su marido, que fumaba mucho, murió de cáncer de pulmón. Un día Antonio y María se encontraron y comenzaron a hablar del pasado, de aquel pasado en el que habían estado unidos por el corazón. Y se dieron cuenta de que aquellas cenizas del amor juvenil en realidad nunca se habían apagado. Se confesaron mutuamente que habían pensado el uno en el otro millones de veces. Así que, creyéndose libres de cualquier atadura, decidieron seguir aquella relación que fue interrumpida por las desavenencias de sus respectivas familias. Incluso hablaron de casarse de vivir juntos el resto de sus vidas.
Pero mire usted por donde ahora son los hijos de ambos a los que les parece esa relación poco conveniente. Dicen que son asuntos de viejos que están próximos a la chochez, aunque en realidad lo que temen es que si Antonio y María se casaran perderían algunos privilegios, sobre todo económicos. Por eso les están haciendo la vida imposible. Así que antes eran los padres los que les impidieron amarse libremente y ahora son los hijos.
Total, que se tienen que ver a escondidas, como cuando eran jóvenes. Pero ya están hartos. Han decidido escaparse el próximo verano a la residencia de ancianos más lejana. Quieren que de una puta vez los dejen en paz.