Broncas matrimoniales
Un matrimonio amigo que tengo se gana la vida escenificando broncas entre ellos y es ahora, en abril, cuando tienen más trabajo porque las estadísticas dicen que hay un porcentaje respetable de parejas que se rompen al comenzar la primavera. No sé porqué será. Tal vez por eso de que se altera la sangre. Estos amigos míos son los dos psicólogos y estaban en el paro. Hace unos meses vieron la posibilidad de montar una especie de empresa para ayudar a matrimonios con problemas. Para ello tienen que ser invitados a una cena por un amigo de la pareja en crisis, la cual también asiste en calidad de invitada. El trabajo de mis amigos consiste en pelearse durante la cena a gritos delante de esa pareja que está a punto de separarse. Se dicen de todo. Se insultan y llegan incluso a faltarse el respeto delante de los demás comensales. La pareja que está a punto de separarse y que no saben que mis amigos están actuando, se queda anonadada. Piensan ambos que ellos están demasiado bien comparados con aquellos que se están tirando los trastos a la cabeza (en el sentido literal de la palabra) delante de sus narices. Mis amigos escenifican con tal realismo su actuación que los que están en crisis se sienten bien porque comprueban que hay otras parejas que están peor que ellos. Hasta llegan, a estilo del abogado de ‘La guerra de los Rose’, a relatar, en un diálogo perfectamente ensayado, todos los inconvenientes de una ruptura matrimonial traumática. La pelea de mentirijilla sirve para que los afectados por la crisis de pareja al menos reflexionen, no quieren que a ellos les pase como a los que han visto enfrentarse sin recato en la cena. ¿Qué pareja en crisis no se reconforta cuando observa que hay otra pareja que se lleva peor?
Mis amigos han hecho un estudio y dicen que existe un test que indica el deterioro de una pareja cuando ya no se soporta. Es el test de la sal. En una cena ella le dice a él que le pase la sal. Él ni siquiera la oye porque está en las batuecas, viendo la tele o pensando en mil cosas que no tienen que ver con su esposa. Ella insiste con vehemencia: «¡Que me des la sal, joder!». Y él, desatendido de afecto e interrumpido por esa fruslería, lanza el salero hacia su esposa al tiempo que le grita: «¡Toma, ahí tienes tu jodida sal!». La sal, dicen mis amigos, es algo que se puede pasar en silencio, pero algunas veces acaba siendo estrépito de un odio inconsciente. «Demasiadas veces el grito conyugal es la antesala del portazo definitivo, cuando eso sucede es cuando actuamos nosotros», dicen.
Los que los contratan y les pagan son los amigos de la pareja afectada por el desamor y que están a un tris de la separación. El negocio les va de maravilla. El otro día los vi actuar en una cena en la que yo también fui invitado y lo hicieron tan bien, eran tan reales sus insultos, que yo creo que lo que están haciendo es sacarle rentabilidad a su propia crisis de pareja. No sé.