Amores de hipoteca
Cuando se acaba el amor queda la hipoteca. Ésa es la máxima que rige la vida de cada vez más y más parejas en nuestro país. Es así de incómodo y de difícil. La dura realidad de la crisis ha llevado a miles de exparejas a compartir literalmente piso porque no existen más opciones, las cuentas no salen y el banco no entiende de rupturas.
En estas situaciones se dan principalmente tres casos. El supuesto uno es el de aquella pareja que sencillamente ya no se quiere o directamente no se soporta pero a la que no le salen las cuentas si no es viviendo juntos, así que toca seguir haciendo como que se quieren. Yo de esos conozco unos cuantos casos y lo sé muy bien porque se nota, se palpa, que el vínculo más fuerte que les une se gestó en dos templos de la usura llamados banco y notaría.
Luego está el supuesto número dos, no menos difícil. Se trata de aquellas parejas que ya se han separado, aunque en su caso lo de separarse sea sólo una manera de hablar, pues se ven abocados a continuar compartiendo piso porque no pueden ni vender, ni alquilar, ni mucho menos emanciparse. Y por último, un caso cada vez más habitual como es el de aquellos que a pesar de no vivir ya juntos llevan el lastre de un piso devaluado con hipoteca en común que en el mejor de los casos conseguirán malvender o alquilar.
Más allá del tono irónico en el que puede ser contado, lo cierto es que este asunto no tiene ninguna gracia y tiene amargada la vida a demasiada gente. Y las estadísticas así lo avalan, pues el número de parejas que han decidido romper su relación ha ido descendiendo paulatinamente desde el comienzo de la crisis en 2007. Viendo el panorama es para pensárselo dos veces.
¿Qué hacemos con la hipoteca? Esta pregunta se la realizan cada día miles de parejas que deciden separarse y se la hacen también internamente esas miles de personas que no se atreven a dar el paso de la ruptura porque no salen los números.
Sea como sea, aquellos que hace no mucho daban con tanta alegría las hipotecas a diestro y siniestro no dan precisamente facilidades en estos casos y en las distintas opciones que les quedan a estos “amores de hipoteca” nuevamente los dichosos templos de la usura juegan un terrible papel. Y todo ello, teniendo en cuenta que en estos supuestos, he obviado un condicionante que complica todo más aún, el hecho de que haya o no hijos en común…
Recuerdo hace unos años cuando una buena amiga que se fue a vivir con su novio se metió con él en una hipoteca. En aquel momento me contaba que no tenían ganas de boda y entre risas me decía que, total, con la hipoteca estaba más atada y casada que si hubiera hecho un bodorrio por todo lo alto. Y no sabía mi amiga cuánta razón tenía.